PALABRAS QUE ENAMORAN
Amada mía,
eres bella como Tirsa,
deseable como
Jerusalén,
imponente
como ejércitos en orden de batalla.
¡Aparta tus
ojos de mí,
pues me
subyugan!
Tu cabello es
como manada de cabras
que bajan
retozando las laderas de Galaad.
Tus dientes,
como manada de ovejas
que suben del
baño,
ninguna
estéril,
todas con
crías gemelas.
Tus mejillas,
como gajos de
granada detrás de tu velo.
Sesenta son
las reinas,
ochenta las
concubinas,
y las
jóvenes, sin número;
mas única y
perfecta es la paloma mía,
la única de
su madre,
la escogida
de quien la dio a luz.
Las jóvenes
la vieron
y la llamaron
«bienaventurada»;
la
alabaron las reinas y las concubinas. (Cantares 6:4-9)
En el Reino de nuestro Padre no hay
espacio para la crítica, la desaprobación, las palabras que socaba la estima ni
para los insultos; en ninguna relación y en espacial entre esposos. Cantares nos muestra como el esposo habla palabras
de bien hacia su esposa. No solo la
valora en su corazón, sino que se lo hace saber.
Quien se cansa de hablar bien de su
conyugue no ha aprendido amarle como Dios le ha llamado hacerlo. Quizá se ha casado porque la apariencia del
otro le motiva, quizá para evadir realidades angustiantes dentro de su familia
de origen, quizá para validar la vida sexual, pero no porque se ha dado cuenta
que ha encontrado “el bien de Dios en esa persona” y es por ello, con facilidad ofende, se irrita, pierde el
control y demanda toda la atención y satisfacción.
Debemos aprender a decir bien de nuestro
conyugue y debemos también aprender de Dios para amarle como necesita. Ejercitemos en las palabras que bendicen, que
provocan emociones positivas, que dan soporte a la estima y que permiten al
otro sonreír al vernos. No nos
conformemos con “estar” amémosle y hagámoselo saber cada momento del día con
palabras que le enamoren.
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