MUESTRALES EL CAMINNO



El año en que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el Templo. Por encima de él había serafines. Cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces diciendo:
«¡Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos!
¡Toda la tierra está llena de su gloria!»
Los quicios de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la Casa se llenó de humo. Entonces dije:
«¡Ay de mí que soy muerto!,
porque siendo hombre inmundo de labios
y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos,
han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.»
Y voló hacia mí uno de los serafines, trayendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas. Tocando con él sobre mi boca, dijo:
—He aquí que esto tocó tus labios,
y es quitada tu culpa
y limpio tu pecado.
Después oí la voz del Señor, que decía:
—¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?
Entonces respondí yo:
—Heme aquí, envíame a mí. (Isaías 6:1-8)

Aun en medio de una sociedad llena de violencia, de doble moral, de intenciones ocultas, enajenada de humanismos y sumamente consumista, Dios nos sigue llamando.  Aunque nuestro corazón se encuentra envuelto por toda esa realidad e impregnado por lo tanto de pecado, el no deja de buscarnos para limpiarnos y darnos vocación.

En tanto hijos, tenemos una vocación y ésta sin duda, encuentra su cauce entre la gente que vive con corazón roto, entre los que son rechazados por pertenecer a minorías, entre los que son violentados sistemáticamente en sus emociones, economía, espiritualidad y cuerpos.  En tanto hijos, Él nos ha limpiado no solo para conocerle sino también para darle a conocer ante aquellos que, aun sabiendo de sus existencia, no le conocen, para reconciliar familias, para provocar perdón que libere, para que el enfermo encuentre paz y sanidad, pues el Reino de nuestro Padre les ha alcanzado y ese Reino es Justicia y Paz.

En tanto hijos, hemos sido enviado para que, en lugar de juzgar, señalar, segregar y condenar, podamos mostrar el amor de nuestro Padre en medio de una sociedad egocéntrica y por lo tanto altamente violenta. 


Dejemos que nuestro Padre nos limpie y nos enseñe a vivir y seguramente su amor se hará patente a los ojos de nuestros amigos y familiares a través de nuestra forma de vivir.

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