HAY UNA MEJOR FORMA DE VIDA



Entonces decidí ver qué de bueno ofrecen los placeres, ¡pero tampoco a esto le encontré sentido! Y concluí que las diversiones son una locura, y que los placeres no sirven para nada.
Hice luego la prueba de beber mucho vino y de cometer las más grandes tonterías. Quería ver qué de bueno le encuentra la gente a sus pocos años de vida en este mundo. Pero hice esto sabiendo lo que hacía. Nunca perdí el control de la situación. Todo lo hice en grande: construí mis propias casas, planté mis propios viñedos, cultivé mis propios jardines, y en mis huertos planté toda clase de árboles frutales. También mandé construir represas de agua para regar los árboles que allí crecían. Llegué a tener muchos esclavos y esclavas, y también tuve más vacas y ovejas que todos los que reinaron en Jerusalén antes que yo. Llegué a tener montones de oro y plata, y me quedé con las riquezas de otros reyes y de otras naciones. Tuve a mi servicio hombres y mujeres que cantaban para mí, y gocé de todos los placeres humanos, pues tuve muchas mujeres.
Entre los que reinaron en Jerusalén antes que yo, nunca nadie fue tan importante ni tan sabio. 10 Hice todo lo que quise, todo lo que se me ocurrió. Disfruté plenamente de todos mis trabajos, pues bien ganado me lo tenía.
11 Luego me puse a pensar en todo lo que había hecho, y en todo el trabajo que me había costado hacerlo, y me di cuenta de que nada de esto tenía sentido; todo había sido como querer atrapar el viento. ¡En esta vida nadie saca ningún provecho! (Eclesiastés 2:1.11)

Aprendimos a buscar satisfacción en las fiestas, en la música, en la adquisición de bienes de consumo como un auto, una casa, una tv, etc. Aprendimos a buscar felicidad en las relaciones románticas tal y como nos promueven las películas y las series de tv. Aprendimos que si teníamos más que otros valdríamos más y nos sentiríamos confiados.  Aprendimos que si usábamos la ropa que nuestro grupo social valoraba seguramente la gente nos admiraría y ello nos haría sentir bien y poderosos.  Pero fuimos engañados.  Al final de todo, terminamos como el escritor de Eclesiastés, con muscas cosas que nos hacen sentir vacíos y muchas veces vacíos y sin cosas.

No hay satisfacción y mucho menos felicidad si Dios no es nuestra vida.  Esta sociedad perversa y de consumo nos insiste a cada instante que es posible,  “adquiriendo cosas que ellos ofrecen” alcanzar a vivir en felicidad.  Sin embargo solo hay una verdad que nunca cambiará: La felicidad solo está en Dios y en hacer su voluntad.  Él es nuestro Padre y conoce bien nuestra necesidad y nos guía a través de su Palabra para que podamos construir una vida de satisfacción en esta tierra y a su lado en la eternidad.  Él ha pagado el precio por nosotros a través de Jesús y es por ello que podemos aprender a vivir una vida en donde sobreabunda su bendición y provisión.


No gastemos nuestras fuerzas en vivir bajo reglas y demandas que no llevan a nada.  Vengamos a nuestro Padre y dejemos que Él nos muestre el verdadero gozo de vivir a su lado.

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