NO OLVIDEMOS ADORARLE






1-4 ¡Alabemos a nuestro Dios!

¡Que lo alabe el alto cielo!

¡Que lo alaben sus ángeles!

¡Que lo alaben sol y luna!

¡Que lo alaben las estrellas!

¡Que lo alaben las lluvias!

¡Que lo alabe el universo!

5

Alabemos a nuestro Dios,

porque con una orden suya

fue creado todo lo que existe.

6

Dios lo dejó todo

firme para siempre;

estableció un orden

que no puede ser cambiado.

7

¡Que lo alabe la tierra!

¡Que lo alaben los monstruos marinos!

¡Que lo alabe el mar profundo!

8

¡Que lo alaben el rayo y el granizo!

¡Que lo alaben la nieve y la neblina!

¡Que lo alabe el viento tempestuoso

que obedece sus órdenes!

9

¡Que lo alaben cerros y colinas,

cedros y árboles frutales!

10

¡Que lo alaben aves y reptiles,

animales domésticos y salvajes!

11

¡Que lo alaben los reyes de este mundo!

¡Que lo alaben los jefes y gobernantes

de todas las naciones!

12

¡Que lo alaben niños y ancianos,

muchachos y muchachas!

13

¡Alabemos a Dios,

porque sólo él es nuestro Dios!

¡Sólo él merece alabanzas!

¡Su grandeza está por encima

de la tierra y de los cielos!

14

¡Dios da fuerza a su pueblo!

¡Por eso nosotros lo alabamos

pues somos su pueblo favorito!

¡Alabemos a nuestro Dios!

(Salmo 148)



¡Alabemos a nuestro Dios!  Esta es una orden que se basa no en nuestro deseo o gusto por alabar, sino en la condición y naturaleza de quien ha de recibir la adoración: Dios.  Pero también es una orden que nos ha de recordar nuestra naturaleza: somos suyos.  Sus creaturas.  Sus siervos.



Le adoramos porque es Dios.  Porque nadie esta por encima de Él.  Por es Él y solo Él quien creo todas las cosas que vemos y aun las que no vemos.  Porque Él controla todo y todo está sujeto a Él.  Le adoramos porque fuimos creados para ello y porque nuestra vida, logro y capacidades vienen de su mano. Porque somos suyos y no nos pertenecemos.



Cada día habremos de recordar que es Dios quien merece la adoración que ha de provenir de un corazón perdonado y lavado en la sangre de Cristo.  Cada día tenemos que adorarle porque somos suyos y nuestra naturaleza, que ha sido regenerada en Él, nos ha de impulsar a darle lo mejor de nosotros.



Él es Dios y merece nuestra mejor adoración expresada en una vida que se vive en Él y para Él.

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