SU PALABRA CAMBIA MI MANERA DE VIVIR



No dejaré pasar más tiempo:
me he puesto a pensar en mi conducta,
y he decidido seguir tus mandamientos. (Salmo 119:59-60)

¿Te has puesto a pensar en tu conducta? El salmista nos confronta con ello en estos dos versos.  Nos deja ver su urgencia por ser consciente de que conductas deberían de ser cambiadas pues estas nada tenían que ver con su deseo de vivir como Dios vive.  ¿Hoy nosotros tenemos esta urgencia?

Asumimos con facilidad que nuestra forma de vivir, nuestros valores e intereses son los correctos y aun criticamos a quienes viven diferente a nosotros.  Nos sentimos a gusto porque siempre hay quien nos compre “el roll” de buenos y nos admiran, porque en la iglesia, pasamos bien por buenos cristianos, pues nos hemos aprendido el discursos de espirituales según los estándares de la congregación a la que asistimos o las demandas del pastor o lideres.  Sin embargo, si nos deteneos a pensarlo bien y nos vemos con honestidad nos daremos cuenta que mucho de lo que hacemos, decimos y sentimos no esta nada bien.  Somos rápidos para criticar a los demás, nos burlamos de los defectos de los cercanos, decimos palabras que no tienen provecho alguno, guardamos muchos rencores hacia muchas personas y por consecuencia vivimos sin perdonar a quienes nos ofende, discutimos y nos enojamos con facilidad, no amamos ni respetamos ni somos leales a quienes nos aman, somos irresponsables con nuestra economía familiar, no asumimos el liderazgo de nuestras familias y somos malos hijos.  Pero como eso no se nota mucho y los hermanos de la iglesia no lo ven, no nos importa mucho cambiarlo.


Vivir sin cambiar nada tiene que ver con el Reino de Dios y vivir aparentando cambiar es una valor del antireino.  Debemos ser prudentes y detenernos para revisar nuestro proceder.  Ir a la iglesia y seguir peleando por lo mismo que hemos peleado por año o seguir guardando rencor o seguir construyendo nuestra vida con poca destreza no tiene sentido alguno.  Debemos estar interesados en ser cambiados desde nuestro interior para que el exterior cada día tenga “otra pinta”  Una que muestre que somos hijos de Dios.


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