¡QUE LINDO SOY, QUE BONITO SOY, COMO ME QUIERO..!
Esa noche el rey no podía dormir, así que
mandó traer el libro de la historia del país, para que le leyeran algo de los
acontecimientos más importantes de su reinado. 2 Cuando leyeron el relato de cuando Mardoqueo había
avisado que los guardias Bigtán y Teres habían planeado matar al rey Asuero,
3 éste preguntó:
—¿Qué recompensa recibió Mardoqueo por esto? ¿Qué
honor se le dio?
Los asistentes le respondieron:
—No se ha hecho nada.
4 En ese momento,
Amán entró al patio exterior del palacio, buscando al rey para convencerlo de
colgar a Mardoqueo en la horca que tenía preparada. Entonces el rey preguntó:
—¿Quién anda allí?
5 Los asistentes
le dijeron al rey que se trataba de Amán, y el rey ordenó:
—Háganlo pasar.
6 Cuando Amán
entró, el rey le preguntó:
—¿Qué podría yo darle a un hombre para honrarlo?
Amán pensó de inmediato que el rey pensaba en él, así
que 7 le respondió:
—Su Majestad podría hacer lo siguiente: 8 Ordene que alguien traiga su
capa, y también uno de sus caballos, con un arreglo elegante en la cabeza.
9 Después envíe a su
asistente más importante para que le ponga a ese hombre la capa de Su Majestad
y lo pasee en su caballo por el centro de la ciudad. El asistente irá
anunciando: “¡Así trata el rey a quien él desea honrar!”
10 Entonces el
rey le ordenó a Amán:
—¡Pues ve enseguida y haz todo eso con Mardoqueo el
judío! ¡Toma la capa y el caballo, y ve a buscarlo! No olvides ningún detalle
de todo lo que has dicho.
11 Amán tomó la
capa y se la puso a Mardoqueo, luego lo hizo montar al caballo y lo llevó por
toda la ciudad. Amán iba anunciando: «¡Así trata el rey a quien él desea
honrar!»
12 Después Mardoqueo regresó a
la entrada del palacio, y Amán, muy triste, se apresuró a regresar a su casa.
Sentía tanta vergüenza que hasta se cubría la cara. 13 Al llegar a su casa les
contó a su esposa y a sus amigos lo que le había ocurrido. Su esposa y sus
amigos más sabios le aconsejaron: «Si Mardoqueo es judío, no pienses que lo
podrás vencer. Al contrario, esto es apenas el comienzo de tu derrota total».
(Ester 6:1-13)
Cuanto dolor produce en nuestra vida la soberbia. Amán era un hombre
que solo pensaba en sí mismo. Era
alguien que creía que la gente a su alrededor debía girar alrededor de él y que
todo lo que pasaba o debía de pasar era por él y para él. Sin embargo, Dios le demostró a este hombre
que la humildad es un valor mucho más interesante para construir la vida que la
egolatría.
Muchas veces nosotros actuamos como Amán. Ya sea manipulando, otras
más siendo víctimas y otras veces demandando la atención abiertamente de los
que son cercanos. La soberbia es
calamionica y se manifiesta de muchas maneras.
Pretendemos a toda costa creer que lo que ocurre pasa por nuestra
influencia, determinación, gestión, etc.
Nos mostramos como personas que se ven y siente mejores que los demás. Exigimos atención, demandamos interés,
pretendemos que nuestros hijos, esposo o esposa y amigos nos reconozcan,
valoren, acepten y hagan cosas para que nosotros nos sintamos especiales. Ese comportamiento no dista mucho de la
conducta de Amán, al final de cuentas y muchas
veces sin buscarlo, siempre hay “una horca” emocional al final del día para quien estamos usando,
como la que Amán tenía para Mardoqueo.
La soberbia no es de Dios.
Jesús dijo que es mejor vernos como gente que sirve a otros y no como
quien se hace servir de los demás. Dios
mismo se “humillo” hasta la muerte y aun muerte de cruz. El ejemplo en el reino es de humildad no de
demanda, manipulación y soberbia. Permitámosle
a Dios cambiar esta conducta a prender a volar la vida como Él la valora. Querer que los demás siempre estén para que
nosotros seamos servidos, amados, reconocidos, etc. No es el plan de Dios para nuestra vida.
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