EL COSTO POR NO OBEDECER SALE CARO


 
 
 
Por todo esto que nos ha pasado, nosotros los israelitas nos comprometemos firmemente a obedecer a nuestro Dios. Este compromiso lo ponemos por escrito, sellado y firmado por nuestros jefes, los sacerdotes y sus ayudantes. (Nehemías 9:38)

 

La obediencia presente es el resultado del aprendizaje del dolor pasado.  Quien se lo ha pasado mal y no  aprendido nada de ello, seguramente seguirá en la necedad de creer que tiene la razón y que sus métodos para vivir son eficientes.  La generación de Nehemías decidió obedecer porque entendió que su sufrimiento había sido el resultado directo de su desobediencia.

¿Qué hemos aprendido de la vida?  Sin duda al creer que lo que nos ha sucedido, las lágrimas derramadas, el miedo  experimentado, el desánimo vivido y  el rechazo sufrido, son el resultado de los actos de “la gente mala que nos rodea”, estaremos condenados a seguir en el mismo sufrimiento.  Si pensamos así, no hemos aprendido nada y por lo tanto no estamos dispuestos a obedecer.  En tanto no concluyamos que el no haber obedecido nos ha traído hasta esta realidad que nos gratifica, seguiremos insistiendo en ser hijos desobedientes, conyugues infieles,  amigos desleales, profesionales insatisfechos, estudiantes mediocres, padres distantes y compañeros manipuladores.

Creer que no somos responsables jamás no hará hijos determinados en obedecer a Dios y aprender a disfrutar esa obediencia.  Sin mantenemos la conducta de querernos salir con la nuestra siempre estaremos buscando la rendija por donde salirnos y hacer, creer o sentir lo que deseamos y que esta fuera de la voluntad de Dios.

Decir. “Yo quiero obedecer a Dios” y seguir en el comportamiento de que no debemos cambiar nada, es solo retórica barata que no nos llama más lejos que la frustración en la que muchas veces estamos.  Determinemos en obedecer y ajustemos nuestra conducta a esa verdad, todo lo demás son palabras bonitas que engendran lágrimas y reclamos.
 

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