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Pero al año siguiente, Baasá, el rey de Israel, fue a atacar a Asá, rey de Judá,[a] y lo primero que hizo fue conquistar la ciudad de Ramá. Enseguida comenzó a convertir a esa ciudad en una fortaleza, y puso en ella soldados, porque desde allí podía impedir que cualquiera entrara o saliera del territorio gobernado por Asá.

Entonces Asá tomó toda la plata y el oro que había en los tesoros del templo y del palacio del rey, y se los envió a Ben-hadad, rey de Siria, que vivía en la ciudad de Damasco. Además le envió este mensaje: «Hagamos un pacto tú y yo, como lo hicieron tu padre y el mío. Yo te envío plata y oro a cambio de que rompas el pacto que hiciste con Baasá, para que deje de atacarme».

Ben-hadad estuvo de acuerdo y envió a los jefes de su ejército a pelear contra las ciudades de Israel. Así conquistó las ciudades de Iión, Dan, Abel-maim, y todas las ciudades de Neftalí en las que se almacenaban alimentos.

Cuando el rey Baasá se enteró de esto, dejó de fortificar Ramá. Entonces el rey Asá le ordenó a todos los de Judá que se llevaran las piedras y la madera que Baasá había usado para fortificar la ciudad de Ramá. Con ese material, el rey Asá fortaleció las ciudades de Gueba y Mispá.

Los pecados de Asá

7-9 Pero en esos días el profeta Hananí fue a hablar con Asá, rey de Judá, y lo reprendió así:

«Nuestro Dios vigila todo el mundo, y siempre está dispuesto a ayudar a quienes lo obedecen y confían en él. Acuérdate de que, gracias a tu confianza en Dios, pudiste derrotar a los etíopes y a los libios, a pesar de que ellos tenían un ejército mucho más poderoso que el tuyo.

»Sin embargo, ahora pusiste tu confianza en el rey de Siria y no en tu Dios; por eso, nunca podrás vencer al ejército sirio. Fuiste muy tonto, y ahora vivirás en guerra toda tu vida».

10 Al oír esto, Asá se enojó tanto contra el profeta que lo encerró en la cárcel. También maltrató con crueldad a varios de los habitantes de la ciudad. (2 Crónicas 16:1-10)

Cuán rápido perdemos en rumbo en la vida. Con mucha facilidad olvidamos lo que aprendemos el domingo en la congre.  Sin empacho dejamos nuestros compromisos con Dios y con su iglesia y cambiamos de intereses y lealtades.  Asá vivo viendo la provisión de Dios y sin embargo, ante una nueva amenaza puso su vista en otros que no eran Dios.

Nosotros fácilmente nos desviamos de la ruta y dejamos de seguir a Dios.  El domingo cantamos y alzamos las manos, pero el lunes fácilmente estamos comprometiéndonos con emociones, personas y situaciones que no vienen de Dios.  Con facilidad dejamos de seguir a Dios y vamos en pos de nuevos amores, de líderes sindicales, de familiares que prometen, de emociones que nos seducen.  No tenemos empacho alguno de olvidar lo que Dios ha hecho por nosotros y nos perdemos en un laberinto de situaciones que pensamos nos darán o conseguirán lo que nuestra alma anhela.

Dios ha sido nuestro protector siempre.  Él ha provisto para nuestro bien.  Nos ha rescatado de situaciones difíciles y nos ha saciado aun en medio de la necesidad.  No necesitamos más nada.  Su apoyo y protección son incondicionales y en Él jamás tendremos falta de ningún bien.  No olvidemos a Dios por ir tras quienes nos seducen al prometernos bien y satisfacción.  No dejemos a Dios por quienes creemos proveerán para saciar la sed de nuestra alma.  No olvidemos a Dios por tener lo que otros ya tienen.  Solo Dios es el único que puede saciar nuestra alma y guardarnos del maligno y de nosotros mismos.

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