MALOS CONSEJEROS


 
 
 
 
 
1-3 Josafat llegó a ser muy rico y poderoso. Se casó con una hija de Ahab, quien en ese momento era rey de Israel y vivía en Samaria. Pasados algunos años, Josafat fue a visitar a Ahab. Para celebrar la visita de Josafat y sus acompañantes, Ahab mandó matar muchas ovejas y reses.

Luego Ahab trató de convencer a Josafat de que atacaran juntos la ciudad de Ramot, en la región de Galaad. Esa ciudad pertenecía al rey de Siria. Ahab le dijo a Josafat:

—¿Me ayudarías a quitarle al rey de Siria la ciudad de Ramot de Galaad?

Josafat le contestó:

—Tú y yo somos del mismo pueblo. Así que mi ejército y mis caballos están a tu disposición. Pero antes de ir a luchar, averigua si Dios está de acuerdo.

Entonces el rey de Israel reunió a los profetas, que eran alrededor de cuatrocientos, y les preguntó:

—¿Debo atacar a Ramot de Galaad para recuperarla?

Los profetas contestaron:

—Atácala, porque Dios te la va a entregar.

Pero Josafat dijo:

—¿No hay por acá otro profeta de Dios al que le podamos consultar?

El rey de Israel le respondió:

—Hay un profeta al que podemos consultar. Se llama Micaías, y es hijo de Imlá. Pero yo lo odio porque nunca me anuncia cosas buenas, sino siempre cosas malas. (2 Crónicas 1:1-7)

 

Como nos gusta que nos digan lo maravillosos que somos.  Disfrutamos saber que la gente tiene buena opinión de nosotros y sobre todo nos gusta saber que nuestro porvenir será tal y como lo imaginamos.  Ahab era de esa clase de personas.  Igual a nosotros.  Le gustaba saber que sus planes eran perfectos, que él era perfecto y que su futuro sería perfecto, para ello se rodeaba de gente que le decía lo que él quería escuchar.

 Hoy nosotros actuamos exactamente igual.  Nos rodeamos de personas que sabemos que por su estilo de vida nos dirán lo que queremos escuchar.  Que nos “dan por nuestro lado”  que nos alagan y nos hacen sentir más de lo que realmente somos.  Buscamos la compañía de gente que con tal de obtener algo a cambio, nos dicen lo que necesitamos oír y así afirmarnos en nuestras decisiones y prioridades.  No importa que equivocados estén ellos y nosotros, no importa que nos demos cuenta que estamos actuando mal, no importa que nos percatemos que nos están usando, preferimos ello a hacer la voluntad de Dios.  Aun dentro de la iglesia podemos ver estas conductas.  Es más importante la aprobación de los líderes de la congre que vivir en amistad con Dios, creerle y vivir en sus principios.

 No te rodees de quienes solo te señalan tus virtudes.  No escuches únicamente a los que te dicen que estas bien y que todo saldrá bien.  No justifiques tu conducta con los comentarios aprobatorios de quienes ni saben qué hacer con su vida y viven fuera de la voluntad de Dios.  Escucha a Dios, aprende de su palabra y valora la palabra de quienes a pesar de no decirte que “estas bien” te aman y sin duda te dejaran ver la verdad de tu vida.  Verdad que  todos, en nuestra experiencia personal, necesitamos ver.

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