¿MATERIAS PENDIENTES?
Entonces, Dios le habló al
profeta Gad y le dijo:
«Ve a decirle a David que lo
voy a castigar, y que puede escoger uno de estos tres castigos: Tres años de
hambre en todo el país; ser perseguido por sus enemigos durante tres meses; o
que todo el pueblo sufra enfermedades y que yo envíe a mi ángel a causar gran
destrucción durante tres días».
Gad fue, entregó el mensaje
y le dijo a David: «Dime qué respuesta debo llevarle a Dios» 13 Y David le dijo a Gad:
—¡Me resulta difícil elegir
uno de los tres! Pero Dios es compasivo, así que prefiero que sea él quien me
castigue. No quiero que me hagan sufrir mis enemigos.
14 Entonces
Dios envió una enfermedad por todo Israel, y murieron setenta mil personas. 15-27 Luego mandó a un ángel para que destruyera
Jerusalén. El ángel salió y comenzó a destruir Jerusalén justo en donde Ornán
el jebuseo limpiaba el trigo. El ángel volaba y tenía una espada en la mano.
David y los jefes del pueblo
estaban vestidos con ropas ásperas en señal de tristeza. Cuando David y los
líderes del pueblo vieron que el ángel estaba a punto de destruir la ciudad, se
inclinaron hasta tocar el suelo con la frente. Entonces David dijo: «Dios mío,
yo fui el que ordenó contar a los soldados. Yo soy el que hizo mal y pecó
contra ti. Por favor, no castigues a tu pueblo. Mejor castígame a mí y a mi familia».
(1 Crónicas 21:9-27)
Normalmente pensamos que lo que
hacemos no tiene consecuencias. Nos
comportamos como si nada pasara como resultado de nuestras acciones o
decisiones. David tomo acciones que no
eran las mejores para él y los suyos sin darse cuenta que todo ello traería
dolor y muerte.
Hoy nosotros hacemos lo mismo.
Decidimos sobre nuestra vida creyendo que nada pasará. Hablamos de las personas a sus espaldas
creyendo que no se enterarán y que por lo tanto no se enojarán o distanciaran
de nosotros. Manipulamos a la gente que
nos rodea pensando que estos nunca se cansaran de nuestra conducta y que jamás
se sentirán usados. Nos relacionamos con
personas que aparecen en nuestra vida sin valorar si estas son lo mejor para
nosotros. Establecemos relaciones románticas
sin sopesar si esa persona bendecirá en verdad nuestra vida y nosotros seremos
bendición para ella. No somos los padres que nuestros hijos necesitan sin
darnos cuenta que el precio que se pagará será muy alto para ellos y para
nosotros. Elegimos estudiar áreas de la
ciencia para las que no tenemos competencias y terminamos sufriendo la vida
profesional.
El amor de Dios para con
nosotros no tiene límites, pero nos ama tanto que jamás permitirá que suframos
la consecuencias de nuestras acciones o decisiones. ¿Por qué?
Porque Él sabe que ello es la única forma en que aprendamos y maduremos. En la escuela de Dios nadie pasa de grado sin
acreditar todas las materias. David lo aprendió
en carne propia y muchos sufrieron por ello.
La pregunta es, ¿Cuánto más tendremos que padecer antes de aprender que
es mejor caminar con Dios y hacer su voluntad?
¿Cuantos reproches aun tendremos que escuchar de parte de nuestros
hijos? ¿Cuantos reprimendas más de parte de nuestros padres? ¿Cuantas noches
sin dormir tendremos que pasar antes de entender que la dirección que Dios nos
ha indicado es la correcta? ¿Cuantas lágrimas tendremos que derramar antes de
entender que no debemos de lastimar y usar a quienes no aman y son leales a
nosotros?
No hay forma de no afrontar las
consecuencias de nuestras acciones, salvo el hecho de valorar el obedecer a
Dios y descansar en su gracia. Solo
caminando con Dios y viviendo en su verdad podremos vivir los mejores momentos
de la vida y disfrutarlos, de otra forma, nos lo pasaremos mal viendo que no
estamos en donde creíamos que podríamos llegar.
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