NO OLVIDEMOS DE DONDE NOS RESCATO


Oseas hijo de Elá comenzó a reinar en Israel cuando Ahaz tenía ya doce años gobernando sobre Judá. Reinó nueve años, durante los cuales vivió en Samaria. Oseas desobedeció a Dios, aunque no tanto como los reyes de Israel anteriores a él.
Salmanasar, rey de Asiria, atacó a Oseas, lo dominó y lo obligó a pagarle impuestos. Pero un día, Oseas se rebeló, envió hombres a Lais con un mensaje para el rey de Egipto, y no le pagó los impuestos a Salmanasar, como lo había hecho en años anteriores. Cuando el rey de Asiria lo descubrió, mandó a arrestar a Oseas y ponerlo en la cárcel. Después invadió todo el país, fue a la ciudad de Samaria y la estuvo atacando durante tres años. Al final, a los nueve años del reinado de Oseas, el rey de Asiria se apoderó de Samaria y se llevó prisioneros a los israelitas hasta su país. Los ubicó en Halah, en la región del río Habor, en Gozán, y en las ciudades de los medos.
Esto sucedió porque los israelitas habían pecado en contra de su único y verdadero Dios, que los había sacado de Egipto librándolos del poder del rey. Ellos adoraron a otros dioses, y siguieron las mismas costumbres de las naciones que Dios había expulsado de su territorio, y también las costumbres que habían introducido los reyes de Israel. (2 Reyes 17:1-9)
Con que facilidad olvidamos lo que Dios ha hecho por nosotros. Israel lo hizo y nosotros hoy lo hacemos.  Olvidamos cuanto nos ha ayudado a lo largo de nuestra vida.  Cuantas veces ha sanado nuestros cuerpos, como y de qué manera nos ha prosperado, como nos a ayudado en cada uno de nuestros problemas, cuanto nos ha amado y sin embargo nosotros, nos olvidamos de Él, pecamos en su contra y nos volvemos a los hábitos y valores de los cuales nos rescato.
No somos monjes.  Eso es verdad.  Sin embargo en medio de una sociedad sin Dios nosotros debemos ser agradecidos con aquel que nos ha provisto alimento, familia, gente que nos ama, hijos, padres, salud, trabajo, comida, ropa y sobre todo salvación y vida eterna.  No hagamos una vez más aquello de lo que ya fuimos hechos libres, pues nuestro llamado es a vivir cerca de aquel que ha decidido vivir dignamente y con congruencia.  Somos sus hijos y debemos aprender a vivir como él lo hace.  Debemos ser agradecidos, pues sus favores no se detienen y mucho menos su gracia, y la mejor forma de mostrar esa gratitud es permanecer en la libertad que nos fue regalada.

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