¡NADA DE OJO POR OJO!


Naamán era general del ejército de un país llamado Siria. Era un hombre muy importante y el rey lo quería mucho porque, por medio de él, Dios le había dado grandes victorias a Siria. Pero este valiente soldado tenía una enfermedad de la piel llamada lepra.
A veces los sirios iban y atacaban a los israelitas. En una de esas oportunidades, tomaron prisionera a una niña que fue llevada a la casa de Naamán para ayudar a su esposa. Esa niña le dijo a la esposa de Naamán: «¡Si mi patrón fuera a ver al profeta Eliseo, que vive en Samaria, se sanaría de la lepra!» (2 Reyes 5:1-3).
Hacer bien a quienes nos aman es fácil, pero hacerlo a quienes nos lastiman es una condición humana que muy pocos tienen.  La niña de la historia había sido arrancada de su familia, de su casa, de su cultura y había sido llevada a vivir como esclava en otra ciudad con gente extraña y sin embargo tuvo misericordia de quienes no la habían tenido con ella.
Hay gente en nuestro entorno que hace o dice mal de nosotros.  Su conducta en ocasiones nos lastima o nos hace sentir incómodos.  Normalmente peleamos con ello, les guardamos rencor o simplemente nos alejamos.  En cualquiera que fuese el caso, no es lo que Dios espera de nosotros.  Por difícil o loco que parezca, lo mejor con aquellos que nos hacen mal, es hacer con ellos bien.  No se trata de exponernos para que nos lastimen, sino más bien actuar en misericordia cuando ellos tengan necesidad.  Este es el corazón de Dios, porque siendo gente que le dio la espalda, aun nos dio a su hijo para que nosotros tuviéramos la oportunidad de ser salvos de nuestra forma equivocada de vida.
No paguemos mal con mal.  Al contrario, seamos como nuestro padre: Hagamos bien aun a aquellos que nos han lastimado de alguna forma.

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