LE TRAICIONAMOS


En ese tiempo se enfermó Abías, el hijo de Jeroboam. Entonces Jeroboam le dijo a su esposa:
«Disfrázate para que nadie se dé cuenta de que eres mi mujer. Luego ve a Siló, a la casa del profeta Ahías, el que me dijo que yo sería rey de este país. Toma diez panes, algunas galletas dulces, un frasco de miel, y ve a buscarlo. Él te dirá lo que va a pasar con nuestro hijo».
La esposa de Jeroboam se fue a buscar al profeta Ahías, quien ya era muy anciano y no podía ver. Sin embargo, Dios ya le había dicho a Ahías que la esposa de Jeroboam vendría a buscarlo. Dios le dijo al profeta lo que debía responder cuando ella preguntara por el futuro de su hijo.
Cuando ella llegó, trató de hacerse pasar por otra mujer. Pero Ahías escuchó sus pasos al llegar a la puerta, y le dijo:
«Entra, esposa de Jeroboam. ¿Por qué tratas de engañarme? Tengo muy malas noticias para ti. Ve y dile a Jeroboam que éste es el mensaje de Dios para él: “Yo te elegí de entre el pueblo para que gobernaras sobre Israel. Le quité el reino a la familia de David y te lo di a ti. Pero tú no te has comportado como David, mi servidor. Porque él obedeció mis mandamientos y me fue fiel; todo lo que hizo me pareció correcto.
En cambio tú, te has comportado peor que todos los reyes anteriores, te has fabricado dioses y otras imágenes de metal para hacerme enojar. ¡Me traicionaste!
(1 Reyes 14:1-9)
Traicionar es una acción muy dura hacia las personas que nos tienen confianza.  Sin embargo no solo podemos traicionar a nuestros iguales sino también a Dios. Jeroboam lo hizo al vivir su vida sin considerar a Dios y al hacer cosas que sabía le ofendían.
Nosotros hacemos lo mismo y muchas veces en nuestra vida.  Siendo sus hijos, muchas áreas de nuestra vida las administramos según los estándares de nuestra sociedad y no por medio de la verdad del Reino de nuestro Padre.  La forma en que administramos nuestro tiempo, nuestro dinero, la manera en que amamos o aceptamos ser amados, la manera en que vivimos nuestra sexualidad, la forma en que priorizamos nuestras emociones, la manera en que somos padres o hijos, etc.  Muy poco tiene que ver con los valores del Reino de Dios.  Nos conformamos con vivir bajo valores religiosos y perdemos de vista la gracia y el cambio de vida desde el interior.
Hacer lo malo no es bueno, pero hacerlo en el entendido que lo estamos haciendo, como lo hizo Jeroboam es peor.  Volvámonos a Dios y revisemos que estamos haciendo mal en nuestra vida para dejar que Él en verdad viva en nosotros.

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