¿MIS SUEÑOS O SU VOLUNTAD?


Cuando Saúl dejó de perseguir a los filisteos, le dijeron: «David está en el desierto de En-gadi».
Saúl tomó entonces a los tres mil mejores soldados de su ejército, y se fue al lugar conocido como Cerro de las cabras monteses, para buscar a David. Llegó a un lugar donde había una cueva. Allí los pastores acostumbraban encerrar sus ovejas, y allí también estaban escondidos David y su gente.
Saúl entró en la cueva para hacer sus necesidades. 4-7 Entonces los hombres de David le dijeron:
—¿Te acuerdas que Dios te prometió que te vengarías de tu enemigo, y que le harías lo que quisieras? Pues bien, ¡ahora es cuando debes hacerlo!
Pero David les respondió:
—¡Que Dios me libre de hacerle algo a mi señor el rey! ¡Nunca le haré daño, pues Dios mismo lo eligió como rey! ¡Sobre su cabeza se derramó aceite, como señal de la elección de Dios! (1 Samuel 24:1-7)

Tenemos una obsesión por ayudar a Dios que al final terminamos metidos en problemas pidiendo ayuda.  Creemos que nuestros planes son mejores e insistimos en llevarlos a cabo.  David había sido ungido rey desde su juventud y ahora tenía la oportunidad de alcanzar el sueño y sin embargo, decidió esperar a Dios. La gente a su alrededor le decía que era buena idea “hacer algo” para alcanzar el sueño, pero él sabía que era mejor seguir en los tiempos de Dios.

De cuantos problemas nos libraríamos si valoráramos este tipo de conductas.  La realidad es que nos resulta más atractivo hacer lo que nos parece asegura aquello que perseguimos en la vida, que esperar a que Dios nos de luz verde y nos indique el camino por donde transitar.  Con facilidad dejamos las oportunidades que Dios tiene para nosotros por alcanzar un sueño que normalmente no alcanzamos y que si lo hacemos no trasciende mucho mas allá de nuestra existencia.

Esperar en Dios no es pasividad.  Es acción.  Demanda creatividad, entrega, renuncia, ejercitar la voluntad y sumisión a la voluntad perfecta y eterna del Padre.  Recordemos a David cada vez que tengamos la necesidad de salir corriendo tras una idea o sueño y recordemos que es mejor preguntar a Dios si tal empresa valdrá la pena.  De no ser así detengámonos a esperar que Dios no señale que es lo mejor para nosotros en el momento de vida en el que nos encontramos.

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