VALE LA PENA


Samuel se vestía con ropa de lino, como los sacerdotes. 19 Cada año su madre le hacía una túnica pequeña, y se la llevaba cuando iba con su marido a presentar su ofrenda.
20 En una de esas ocasiones, Elí bendijo a Elcaná y a Ana y les dijo: «Ya que han puesto a Samuel al servicio de Dios, que Dios les conceda tener más hijos».
21 Y así sucedió. En los años siguientes, Dios bendijo a Ana, y ella tuvo tres hijos y dos hijas.
Mientras tanto, el niño Samuel crecía bajo el cuidado de Dios. (1Samuel 2:18-21)

Hace muchos años mi pastor me enseño una verdad: Dios no es deudor de nadie.  No hay nada en lo que obedezcamos por las razones correctas y de la manera correcta que no se nos vuelva en bendición.  No es una negociación, sino es gracia divina.

Ana había prometido a su hijo como ofrenda a Dios y si lo hacía se quedaría sin su chico, dado que él desde muy pequeño iría a vivir al templo.  Sería una perdida enorme para quien no había podido tener hijos.  Sin embargo lo hizo.  Cumplió su promesa a Dios. Cada año le iba a ver pero no se lo podía llevar.  Seguramente sufría al dejarlo y también muy probablemente se preocupaba por él durante un año entero.  Pero Dios no es deudor de nadie, jamás olvida nuestra obediencia y sabe nuestras necesidades.  Por eso en una de esas veces que ella fue a ver a su hijo el sacerdote la bendijo  nuevamente y Ana recibió la gracia de ser madre nuevamente y no solo un hijo sino tres.

Cuando obedecemos por la razones correctas y de la menara correcta sin duda la gracia de Dios vendrá de una manera especial a nuestra vida.  No es la razón por la que obedecemos, pero cuando lo hacemos Dios jamás lo olvida y se vuelve a nosotros con su amor sobrenatural y satisface nuestra necesidad como nadie más lo puede hacer.

Vale la pena obedecer y vale la pena cumplir lo prometido.  Dios es el mejor padre que podríamos tener y siempre está cerca para llenarnos con su amor.

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