¡FELICES!


Entonces Ana dedicó a Dios este canto:
«Dios me ha hecho muy feliz,
Dios me ha dado muchas fuerzas (1 Samuel 2:1)

¿De dónde viene la felicidad? ¿Qué cosas valen en verdad la pena para sentirnos felices y satisfechos al vivirlas, sentirlas o tenerlas?  La sociedad contemporánea nos anima a experimentar emociones con la idea que ello nos hará felices, también nos promueve la idea que consumiendo ciertas sustancias nos lo pasaremos bien, nos motiva a ir de fiesta en fiesta con la esperanza de que reiremos y nos sentiremos felices y hasta nos hace creer que si estamos con ciertas personas, asistimos a ciertos lugares o vestimos cierta clase de ropa, seremos personas que se sentirán bien.  La realidad es que todo ello es falso y en lugar de llevarnos a la felicidad terminamos muy lejos de ella.
¡La felicidad viene de Dios!  De más nadie.  Ni el éxito profesional o escolar, ni el sexo, ni un auto nuevo, ni tener al ser amado, ni comer en los lugares de moda, ni estar rodeados de amigos, ni nada puede hacernos felices en si mismo.  Solo Dios, su compañía, su paz y su gracia manifestada en la convivencia con la familia, un café con amigos, una reunión con gente a la que apreciamos y nos aprecian, con la gente que amamos o nos ama, etc. Nos puede hacer verdaderamente felices.  Es Dios y solo Él quien nos puede dar la felicidad por la que tanto nos afanamos de conseguir fuera de sus brazos.
Fuera de Dios no ha felicidad ni risas que valgan la pena.  Podremos tener todo lo que deseamos, vivir los éxitos que soñamos y hasta tener una relación con la persona de la que estamos enamorados y no ser verdaderamente felices.  Solo en Él podemos disfrutar de la vida por muchos años y vivir aun más cosas de las que pensábamos nos haría felices.

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