SOLTAR


Un hombre y una mujer se casaron. Los dos eran de la tribu de Leví. Tiempo después ella quedó embarazada y tuvo un hijo. Al ver la madre que el niño era tan hermoso, lo escondió durante tres meses. Como no pudo seguir escondiéndolo, tomó una canasta de juncos, le tapó las rendijas con asfalto y pasta de resina, y puso al niño adentro; después fue y dejó la canasta entre los juncos que crecían a la orilla del río Nilo.
Sin embargo, la hermana del niño se quedó a cierta distancia, para ver qué pasaba con él.
Más tarde, la hija del rey de Egipto bajó a bañarse al río. Mientras caminaba por la orilla con sus sirvientas, vio la canasta en medio de los juncos y mandó a una de sus sirvientas que fuera a traerla. Cuando abrió la canasta, y vio al niño llorando, le dio lástima. Sorprendida gritó: «¡Es un niño israelita!»
En ese momento la hermana del niño salió y le dijo a la princesa:
—¿Quiere Su Majestad que llame a una mujer israelita para que alimente y cuide al niño?
Y ella contestó:
—Anda, ve a llamarla.
La hermana fue y llamó a su mamá. Cuando la madre llegó, la princesa le dijo:
—Llévate a este niño a tu casa. Aliméntalo y cuídalo por mí, y yo te lo pagaré.
La madre se llevó al niño y lo cuidó. 10 Cuando el niño creció, se lo llevó a la princesa. Entonces ella lo adoptó como su propio hijo y le puso por nombre «Moisés», que quiere decir «Yo lo saqué del agua». (Ex.2:1-10)

Soltar no es una experiencia que nos guste mucho.  Nos gusta sentir que poseemos, que tenemos el control, que somos los depositarios de los afectos de otros, pero soltar aquello que nos es significativo y valioso o que amamos no nos gusta.  Nos frustra saber que no podemos seguir creyendo que nos aman o aprecian.

Los padres de Moisés pasaron por una experiencia así.  Dadas la ordenes del Faraón su hijo tenía que morir pero ellos lo conservaron y lo escondieron hasta que ya no era posible y en ese punto, tuvieron que desprenderse de su bebe.  Debió ser una decisión muy dura.  Debieron hablar mucho sobre el asunto antes de actuar, seguramente se frustraron y  lloraron sabiendo que perderían a su hijo a cambio de que éste pudiera conservar la vida en algún otro lugar.  No sabrían que pasaría con el y lo único que podían hacer era esperar a que las cosas ocurriera.  Tenían que confiar en Dios.

Así nos pasa a nosotros.  Sabemos que debemos dejar situaciones, amores, amigos, relaciones laborales, etc. Y no lo hacemos porque tenemos miedo a pasárnosla mal en la experiencia de frustración y dolor.  Nos cuesta trabajo creer que Dios tiene el control y que seguramente confortara nuestro corazón y nos llevara a nuevas experiencias gratificantes y más sanas.  En Dios soltar no es perder sino ir a una experiencia de fe que nos hará madurar y nos dará la oportunidad de ver a Dios sanando nuestro corazón.  Confiemos y caminemos con El.

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