PERDONAR

Isaac mandó a llamar a Jacob, y después de bendecirlo, le ordenó:
«No tomes por esposa a una cananea. Mejor vete a Padán-aram, a la casa de tu abuelo Betuel, y cásate con alguna de tus primas, hijas de tu tío Labán. Mi deseo es que el Dios todopoderoso te bendiga y te dé muchos, muchos hijos. Deseo también que te conviertas en una gran nación. Que Dios te bendiga a ti y a tus descendientes, como bendijo a Abraham. Así llegarás a ser el dueño de la tierra donde ahora vives como extranjero, pues Dios se la dio a Abraham». (Gn.28:1-4)
Perdonar no es una conducta muy fácil de presentar.  En el mejor de los casos solo tratamos que la relación rota continúe maltrecha como esta hasta el siguiente incidente doloroso.  Nos pasa así entre las relaciones Padre-Hijo; Amigo-Amigo, Esposo-Esposa, etc.  Sin embargo, perdonar es mucho más que continuar la relación.
Isaac se entero de todo lo que su hijo menos había hecho y del engaño que éste había cometido en su contra y en contra de su hermano y sin embargo su trato hacia el no había cambiado en nada.  Seguramente se sentía desilusionado por la conducta de su hijo y quizá hasta estaba enojado pero le perdono.  No lo menosprecio, tampoco le reprocho y menos le dejo de amar.  Esto es exactamente lo que Dios hace con nosotros pero también, lo que espera que nosotros hagamos con aquellos que nos han lastimado.
El rencor lastima más que la misma ofensa. No alberguemos rencor en nuestra alma, no dejemos que el enemigo arruine nuestra vida con una emoción tan vil.  Perdonemos y hagámoslo como Isaac lo hizo con su hijo.

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