¿LLORAMOS?

Esaú dijo:
—¡Con razón se llama Jacob, pues es un tramposo![a] ¡Ya van dos veces que me engaña! No sólo me ha quitado mis derechos de hijo mayor, sino que ahora me ha dejado sin mi bendición. ¿No puedes bendecirme a mí también? (Gn. 27:36)

Ver quien tiene la culpa de las consecuencias de nuestras acciones es un comportamiento muy arraigado en la sociedad humana.  Desde pequeños aprendimos de nuestros padres que alguien más debe pagar por lo que nosotros hemos hecho, dicho o sentido.
Esaú había hecho un trato con su hermano.  ¿Absurdo?  Sí.  ¿No legal?  También, pero al fin y al cabo trato.  Ya había olvidado que cambio lo suyo por un plato de lentejas.  Había preferido años atrás saciar su hambre que la bendición de su padre, ahora llora amargamente y culpa a su hermano de su dolor.  Es claro que Jacob no actuó con honestidad, sin embargo Esaú no actuaba ahora con madurez.
Nosotros somos muy parecidos a Esaú.  Decidimos sin meditar, sin considerar a Dios y después amargamente lloramos y tratamos de culpar a nuestros padres, hijos, pareja, amigos, maestros, gobierno, etc.  Olvidamos que nadie nos obligo a decir, hacer o sentir lo que experimentamos.  Esta conducta no es de Dios y vivir de tal modo nos hace aprender poco de la vida y de nosotros mismo y por ende, nos esclaviza a repetir la historia una y otra vez.  Oremos cada día y pidamos al Padre: “enséñame a aprender a vivir y a asumir la responsabilidad de mi vida”

Comentarios

Entradas populares