DIFERENTES


En aquel tiempo llegó a faltar comida en toda la región de Canaán, tal como había pasado en tiempos de Abraham. Era tan grave la falta de alimentos que Isaac pensó en irse a Egipto. Pero Dios se le apareció a Isaac y le dijo:
«No vayas a Egipto. Es mejor que te vayas por algún tiempo a Guerar, donde vive Abimélec, rey de los filisteos. Yo prometo estar siempre contigo, y bendecirte en todo. Además, a ti y a tus descendientes voy a darles todas estas tierras. Así cumpliré el juramento que le hice a tu padre Abraham. Voy a hacer que tus descendientes sean tan numerosos como las estrellas del cielo. Por medio de ellos bendeciré a todas las naciones de la tierra, porque Abraham me obedeció y cumplió con todo lo que le ordené».
Fue así como Isaac fue a Guerar para hablar con Abimélec, y se quedó a vivir allá. Cuando los hombres de aquel lugar le preguntaban por Rebeca, él decía que era su hermana y no su esposa. Y es que tenía miedo, porque pensaba: «Rebeca es muy hermosa; los hombres de este lugar son capaces de matarme para quedarse con ella». (Gn. 26:1-7)

Seguramente si pensamos bien, nos daremos cuenta que nos hemos desgastado mucho dándole instrucciones a nuestros hijos sin tener buenos resultados.  Les hemos advertido de que ciertas conductas no son apropiadas y aun las presentan y aun les hemos alzado las voz para amedrentarlos con el fin de que, cambien y nada hemos logrado. ¿Cuál es la razón de los pocos resultados?  Simple, ellos no aprenden de lo que nos escuchan decir, sino de lo que nos ven hacer.  Este fue el caso de Isaac.

Tal y como su padre, en la misma situación, presentó la misma conducta: miedo, engaño y falsedad.  El años después le dijo lo mismo a su esposa Rebeca tal y como su padre le dijo a su madre Sara: “Di que eres mi hermana”  Quizá Isaac nunca vio a su padre actuar de esa manera, pero fue criado por un hombre con miedos, inseguridad, que no tenia temor a engañar y ser descubierto; y cuando se convirtió en un adulto, actual igual en la misma circunstancia.

Nuestros hijos imitaran en su adultez muchas de nuestras conductas en tanto nosotros no seamos cambiados por Dios desde nuestro interior.  ¿Queremos para nuestros hijos una vida plena, llena de victoria y éxito?  Cambiemos en Dios nuestros valores dejemos de mentir, dejemos de ser desleales con nuestros compromisos, echemos fuera de nuestra vida el miedo y la vergüenza, comprometámonos con Dios de verdad, y seguramente ellos vivirán con mayor plenitud que nosotros.

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