Soledad y ambición


Eclesiastés 4
Traducción en lenguaje actual (TLA)
Miré hacia otro lado, y esto fue lo que vi en este mundo: hay mucha gente maltratada, y quienes la maltratan son los que tienen el poder. La gente llora, pero nadie la consuela. Entonces dije: «¡Qué felices son los que han muerto, y que lástima dan los que aún viven!» Aunque, en realidad, son más felices los que no han nacido, pues todavía no han visto la maldad que hay en este mundo.
También vi que todos trabajan y buscan progresar sólo para tener más que los otros. Pero tampoco esto tiene sentido, porque es como querer atrapar el viento. Es verdad que, «el tonto no quiere trabajar y por eso acaba muriéndose de hambre»; pero «más vale una hora de descanso que dos horas de trabajo», pues el mucho trabajo no sirve de nada.
La unión hace la fuerza
Miré hacia otro lado, y vi que en esta vida hay algo más que no tiene sentido. Me refiero al hombre solitario, que no tiene hijos ni hermanos: todo el tiempo se lo pasa trabajando, y nunca está satisfecho; siempre quiere tener más. Ese hombre jamás se pone a pensar si vale la pena tanto trabajar y nunca gozar de la vida. ¡No tiene sentido esforzarse tanto!
La verdad, «más valen dos que uno», porque sacan más provecho de lo que hacen. 10 Además, si uno de ellos se tropieza, el otro puede levantarlo. Pero ¡pobre del que cae y no tiene quien lo ayude a levantarse! 11 Y también, si dos se acuestan juntos, entran en calor; pero uno solo se muere de frío. 12 Una sola persona puede ser vencida, pero dos ya pueden defenderse; y si tres unen sus fuerzas, ya no es fácil derrotarlas.
Juventud y sabiduría
13 Si tengo que elegir, prefiero al joven pobre pero sabio, que al rey viejo pero tonto que no deja que nadie lo aconseje. 14-16 Porque ese rey viejo muere y viene otro más joven, y aunque el nuevo rey haya nacido en la pobreza, o haya estado en la cárcel, la gente lo apoya al principio. Sin embargo, con el tiempo habrá muchos que tampoco estarán contentos con él. Y esto no tiene sentido; ¡es como querer atrapar el viento!

La forma en que construimos la vida siempre influirá de manera directa en la creación de momentos agradables o momentos desagradables.  Entre más inconscientes seamos a la hora de definir lo que buscamos, mas posible será también que los frutos que surjan de ello no sean de nuestro agrado.
El Señor hoy nos presenta en este texto dos circunstancias que debemos considerar en cualquier etapa de la vida.  El reto de hoy es aprender para ser personas que podamos ver nuestra vida desde la perspectiva de Dios en cuestiones de ambición y soledad.
El Reino de Dios y la ambición humana.
El texto nos muestra una faceta del corazón humano que no es extraña a ninguno de nosotros.  La ambición.  Todos sin excepción somos ambiciosos con respecto a algo.  La palabra ambición tiene su origen en el latín y se traduce como rodear o abarcar.  Se origino en la conducta de los políticos romanos que se acercaban al pueblo que los elegía y dan “rondas” por las calle para adular o alcanzar seguidores.  Es decir,  de tras de de muchas  ambiciones puede haber  siempre un dejo de manipulación y control.
1.       La ambición aplasta (vv. 1-3): Eclesiastés nos refiere que quien ambiciona terminan “maltrata”  Déjenme explicar esto de la siguiente manera.  No siempre ambicionamos cosas, a veces ambicionamos posiciones, emociones, circunstancias, etc.  Un hombre que ambiciona de manera inconsciente poder, puede “aplastar o maltratar” a su esposa o hijos.  Una mujer que ambiciona control puede emocionalmente terminar con su esposo o hija (especialmente).  Un hijo que ambiciona independencia puede  terminar por desgastar a sus padres.  La ambición nos convierte en tiranos de aquellos que están cerca de nosotros y casi nunca nos damos cuenta de ello y cuando nos lo hacen ver, siempre tenemos una buen explicación para tratar de no vernos como nos ven y como en realidad somos.
2.       La ambición nos hace esclavos (vv. 4 y 5) :  El texto no justifica la flojera, sino mas bien busca evidenciar los motivos que nos mueven a buscar las cosas que decimos desear.  No olvídenos que vivimos en una sociedad consumista que no pide permiso para cambiar nuestros valores y creencias y que con mucha facilidad construye en nosotros deseos y conductas a través del control familiar, social y por los medios de comunicación.  Todo ello con facilidad nos hace presas de nuestros propios impulsos que se desbordan en deseos de tener o poseer.   Quizá entre más jóvenes seamos más propensos estamos a “desear” pero los adultos no nos quedamos atrás, solo que deseamos otras cosas.  Este deseo que se desborda por inmadurez siempre intentara esclavizarnos.  Nos somete a la insatisfacción constante:   Nunca somos lo suficientemente delgados o atractivos, jóvenes.  Nuca tenemos el auto que “en verdad” deseamos.  Jamás la casa luce como nos gustaría.  Nunca ha sido suficiente el orgasmo alcanzado y nunca ha sido la comida mas deliciosa que hemos degustado.  Siempre sentimos que algo nos falta, y ese deseo es producto de la ambición.  Nada de esto es de Dios,  esta más cerca de una conducta adictiva (recordemos el sermón pasado) que de los valores del Reino o de un comportamiento sano.
La soledad y el Reino de Dios
1.       La soledad por falta de valores equivocados (vv.7 y 8): La soledad en la vida no siempre llega por la misma ruta.  Hay quienes viven emocionalmente solos porque sus valores no les permiten interactuar con sus “cercanos” en forma sana.  Nada que valoremos pasa a un segundo plano y nada que desvaloremos estará en un primer plano en nuestra vida.  Si ser un buen amigo o un padre cercano o un esposo o esposa amoroso no son prioridad seguramente ello será ocupado por otra cosa y por lo tanto ese amigo o ese hijo o esa esposa o esposo terminaran emocionalmente lejos de nosotros aunque duerman a nuestro lado 50 años. Desear y poseer por definición no están peleados con la vida en pareja satisfactoria o por ser padres cercanos o amigos comprensivos, pero si estos (desear o poseer) están entronizados en nuestra vida seguramente los otros (amistad, paternidad y relación de pareja) nunca serán prioridad y por lo tanto se descuidaran.
2.       La soledad por falta de habilidad para interactuar (vv.9-12).  Hay quienes no han aprendido a socializar de manera sana con los demás.  Tiende a ser abusivos, se extralimitan,  otros se extralimitan, otros más puede ser emocionalmente cansados y otros más agresivos o manipuladores.  De primera mano los amigos no lo notan pero al paso del tiempo se dan cuenta que esa persona en realidad no busca una amistad sana sino coodepender de alguna manera y terminan por abandonarlo.  Quien vive así sus relaciones terminara solo y cuando necesite el apoyo del alguien, se vera sin un amigo cerca.  Cabe mencionar que el que agrede, el que abusa, el que manipula, también es coodependiente.
No es el plan de Dios que vivamos así.  El quiere restaurar nuestros deseos, nuestros valores y la forma en que nos relacionamos con los demás.  Querer progresar es un deseo que viene de Dios, vivir solo para ello o complicarme la vida por ello, eso es obra del pecado.  No ser muy social no es problema, ahuyentar a los cercanos es fruto del anti reino en nuestra vida  y Dios quiere librarnos de ello.
Ven a la cruz de Cristo y muéstrate ante El y deja en ella el pecado de tu vida.  El desea que camines libre de toda ambición y soledad.

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